Al principio, no se nota. Todo parece funcionar. Las extremidades se mueven. El habla sigue ahí.
Pero hay momentos breves, fugaces, en los que se pierde el control.
Una confusión puntual. Una orden que no llega. Una respuesta que se retrasa.
Y luego vuelve la normalidad. O lo parece.
Ese es el síntoma más peligroso: el deterioro sin drama.
La enfermedad sin alarma.
Así colapsan los sistemas complejos.
No estallan. Se desordenan.
No mueren de golpe. Se desregulan.
Su estructura se fragmenta.
Y al fragmentarse, ya no sabe cómo sostenerse a sí misma.

Lo vemos en los ecosistemas. En los imperios. En los cerebros.
Con la lentitud de la esclerosis múltiple y la crueldad del ELA.
Y aún cuando el cuerpo sigue en pie,
la voluntad ha dejado de decidir.
El que lo habita sigue actuando como si siguiera vivo.
Pero ya no responde.
Eso es España.
Eso es Europa.
Eso es Occidente.
Génesis del virus
La socialdemocracia como arquitectura de contención

El problema no es un político. Ni una ley. Ni un escándalo.
La causa no es la corrupción, ni la incompetencia, ni la polarización.
El diagnóstico va más profundo.
Lo que ha destruido las capacidades políticas, sociales y económicas de Europa
no fue una guerra.
Fue lo que vino después:
una paz diseñada para evitar nuevos conflictos…
al precio de disolver el poder político real.
Una arquitectura ideológica de contención:
legislar sin representación,
administrar sin decisión,
redistribuir sin soberanía.
No fue evolución. Fue planificación central.
No fue un contrato social. Fue un cortafuegos geopolítico.
La socialdemocracia se convirtió en el marco obligatorio de “lo razonable”.
Ni derecha ni izquierda podían salirse del guion.
Solo ejecutarlo.
Ingeniería constitucional de segundo grado.
La Guerra Fría hizo el resto.
Estados Unidos usó el Estado del Bienestar como escudo frente al comunismo.
Alemania adoptó el ordoliberalismo. Francia se tecnocratizó.
El sur fue reconvertido en periferia clientelar.
El modelo:
Subvencionar al obrero para que no pidiera poder.
Fingir que la deuda era inversión.
Alimentar consumo con inflación sin propiedad.
Repartir sin producir.
Inocular obediencia desde la escuela hasta el telediario.
El régimen del 78
Un sistema nervioso degenerado

España importó la enfermedad tarde… pero con doble carga vírica.
Cuando muere el franquismo, no hay ruptura.
No hay asamblea constituyente. No hay soberanía popular.
Hay una cirugía pactada entre élites franquistas y tecnócratas europeos.
Se redacta una Constitución sin representación, sin separación de poderes, sin responsabilidad política.
Solo reparto. Solo cupo. Solo simulación.
Desde entonces:
No elegimos representantes, votamos listas.
No hay control, hay lealtad.
No hay transparencia, hay clientelismo.
La democracia española es como un paciente con Alzheimer:
aún habla… pero ya no sabe lo que dice.
No hay poder político. Solo administración inercial.
El deterioro como nueva normalidad

El sistema no estalla porque ya no tiene tensión.
Se hunde lentamente, como una columna vertebral que pierde su función sin romperse.
No hay crisis constitucional, ni golpes de Estado, ni derivas autoritarias claras.
Lo que hay es algo más insidioso: un vaciamiento progresivo del Estado como herramienta de decisión.
La clase política ocupa cargos, pero no lidera.
Gestiona recursos heredados, reparte subvenciones, sobrevive a titulares.
No tiene estrategia. Solo calendario.
La administración se ha convertido en un organismo reactivo.
No planifica. No resuelve. Solo tramita.
Las leyes se aprueban, pero no se aplican.
Los presupuestos se anuncian, pero no se ejecutan.
Las reformas se redactan, pero no se completan.
Todo sigue funcionando… de forma automática.
Lo que antes era deliberación, ahora es gestión.
Lo que antes era voluntad política, ahora es ruido procedimental.
Y en ese ruido, se entierra el deterioro.
Pero ¿por qué no colapsa del todo?
Porque no se lo permiten.
España no se sostiene sola, pero tampoco se le deja caer.
Depende estructuralmente de mecanismos externos —BCE, Bruselas, OTAN, BlackRock—
que impiden su quiebra… pero también su regeneración.
No es un paciente en coma.
Es un rehén estabilizado por goteo.
Sin peligro inminente. Sin posibilidad de despertar.
Mantenido artificialmente en un estado de indefensión aprendida,
no para protegerlo, sino para evitar que resurja de sus cenizas.
No hay derrumbe.
Hay rutina controlada.
Simulacro administrativo

España no ha implosionado.
Sigue sellando documentos. Celebrando ruedas de prensa. Fingiendo normalidad.
Pero es un sistema sin centro.
Un cuerpo institucional que conserva reflejos… pero ha perdido intención.
Los Fondos NextGen no se ejecutan.
Las leyes se redactan sin aplicarse.
Las coaliciones se anulan entre sí, como piezas sin tablero.
Hay legislatura, pero no hay legislador.
Hay gobierno, pero no hay gobernanza.
Hay administración, pero no hay dirección.
¿Recuerdas lo que decía Tainter?
Sobre el momento en que un sistema deja de sostener su propia complejidad…
Esto es.
No un colapso espectacular.
Sino una desconexión progresiva entre estructura y propósito.
Una maquinaria que ya no entiende para qué fue construida.
España hoy es eso:
Un sistema que aún mueve papeles,
pero ya no decide su destino.
No porque lo haya cedido.
Sino porque ya no recuerda que lo tenía.
Corrupción como síntoma, no como causa

No te equivoques.
La corrupción no es el cáncer. Es la fiebre.
El síntoma visible de una enfermedad más profunda:
la imposibilidad de gobernar fuera del marco.
El PSOE no es un partido.
Es una maquinaria clientelar de supervivencia.
Un ecosistema de cargos, subvenciones y medios afines.
Su único programa es perpetuarse.
Pero el PP no es la alternativa.
Es el mismo sistema con traje gris, discurso acomplejado y miedo a salirse del Excel.
Gestiona lo mismo, para los mismos, con el mismo guion.
Todos los partidos son ramas de una misma oligarquía sin consecuencias.
Lo que cambia es la voz en off del telediario.
No hay proyecto de país.
Solo rotación en la ventanilla de subvenciones.
El simulacro de alternancia como placebo institucional.
Y mientras tanto, la democracia española entra en fase terminal.
No hay reforma. No hay transición. No hay regeneración.
Hay respiración asistida.
La legislatura actual es una UCI democrática.
Decisiones mínimas. Diagnóstico reservado.
Y propaganda como morfina para mantener al paciente tranquilo.
El ciudadano ya no actúa: espera.
Como el pasajero de un tren averiado,
sin conductor, sin destino, sin opción de bajarse.
Europa se reconfigura entre guerras, inteligencia artificial y bloques geopolíticos.
España debate cuotas, protocolos y titulares efímeros.
No estamos en crisis.
Eso implicaría posibilidad de resolución.
Estamos en entumecimiento sistémico.
Y nadie en la sala tiene intención de aplicar tratamiento.
El deterioro es europeo: el imperio también tiembla

Esto no va solo de España.
El ciclo hegemónico occidental está en fase terminal.
EE.UU. no lidera: administra deuda.
Europa no innova: regula compulsivamente.
Ningún país decide ya su destino sin permiso del BCE, la OTAN o BlackRock.
El Viejo Continente no se derrumba.
Se deshace como un imperio sin relatos.
¿Recuerdas lo que decía Tainter?
Cuando mantener el sistema cuesta más que colapsarlo…
colapsa solo.
BlackRock y la glía corporativa

Cuando el poder político se vacía, algo lo ocupa.
No es un golpe de Estado. Es algo más elegante.
BlackRock. Vanguard. Soros.
Gestores de activos que no dan discursos.
Solo compran estructuras. Imponen métricas. Definen agendas.
No te gobiernan.
Pero hacen que los que te gobiernan les obedezcan.
Son como la glía en el cerebro:
no piensan… pero deciden qué neuronas viven y cuáles se mueren.
Tu ayuntamiento. Tu pensión. Tu libertad económica.
Todo está ya integrado en una hoja de Excel que no votas.
Y mientras tanto, tú crees que el problema es quién presenta el telediario.
No esperes regeneración

No va a haber reforma.
No va a haber regeneración.
No va a haber “segunda transición”.
Los que hoy controlan el sistema no quieren cambiarlo.
Quieren prolongarlo.
Hasta que les explote en las manos… o en las nuestras.
El régimen no colapsará con estruendo.
Se apagará con bostezo.
Por eso no hay que esperar. Hay que operar.
Disidencia operativa no es protesta.
Es crear sin pedir permiso.
Es descentralizar poder, ingresos, identidad.
Es formarte fuera del marco.
Generar valor fuera del circuito.
Construir redes que no dependan del BOE.
Si el sistema está enfermo, no lo salvas desde dentro.
Te preparas para sobrevivirle.
Porque sí:
El Estado no colapsa como un edificio.
Se descompone como un cerebro enfermo.
Y tú decides si quieres ser neurona funcional…
o glía programada para obedecer.